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Cristina Grande

UNA DEUDA

Todas las ventanas de la casa estaban abiertas de par en par. Ese día corría un poco de cierzo pero el termómetro del comedor no bajaba de 29 grados. En la radio habían anunciado que el incendio de San Gregorio estaba controlado y que subirían los impuestos a los más ricos, que en tiempos de crisis había que fomentar la solidaridad. Los muebles crujieron un poco. Pedir dinero a sus padres le daba mucho reparo. Sabía que siendo austeros y ahorradores estarían encantados de poder sacar de un apuro a uno de sus hijos. Aun así, era casi una cuestión de orgullo y de no querer decepcionarlos lo que le paralizaba. Tenía llave de la casa, casi a diario iba a visitarlos y nunca llamaba al timbre porque no lo oían. Su madre se asustó al verlo de repente a su lado. Había llegado más temprano que otros días y el padre en seguida notó su angustia. Siempre les costaba lo suyo iniciar una conversación seria. Con un tono excesivamente dramático, la madre habló de una moscarda asquerosa que no quería irse por ninguna de las ventanas. Sobre la encimera de la cocina había una carta de Hacienda, una carta certificada. Lo raro es que venía a su nombre cuando hacía más de diez años que no estaba allí empadronado. Abrió la carta delante de ellos. Le reclamaban una pequeña cantidad, una nimiedad comparada con la deuda de su negocio, pero esa carta le dio pie para exponer su problema. Los padres suspiraron casi agradecidos, como si llevasen tiempo esperando el momento de dar un fin a su dinero. Al salir estaba contento. Sonrió cuando su madre le dio como a escondidas un billete de 50 euros.

HERALDO DE ARAGÓN (26-8-2009)

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