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Cristina Grande

CON EL TIEMPO

Pasado el tiempo, lo que en un principio parecía una desgracia puede llegar a convertirse en una bendición aplazada. Es algo que sucede bastante a menudo, cuando miras atrás, y recuerdas tantas lágrimas derramadas en balde. Vimos en Periferias una actuación callejera de la mítica Esther Ferrer que consistía en algo muy simple: con un rollo de cinta aislante (de la que usan los electricistas) y sus propios pasos sobre la cinta pegada al suelo, la artista iba diseñando un camino de funámbula improvisada. El trazado resultante no era recto. Como en el rastro de los caracoles se notaban las vacilaciones, los parones, los obstáculos sorteados, y sobre todo la larga distancia que puede llegar a recorrerse casi a lo tonto, sin darte cuenta. Me siento con mi madre y con mi hermano tras las grandes cristaleras de una cervecería. Brindamos por la medalla que mi madre recibirá en unos días por sus veinticinco años de colegiación en Zaragoza. Dice mi madre que entonces se sentía vieja para empezar una nueva vida (ya llevaba veintiséis años de farmacéutica de pueblo) pero que la temeridad le hizo seguir adelante. Mi hermano y yo teníamos poco más de veinte años cuando hicimos juntos la primera guardia nocturna. Más tarde mi hermano se hizo cocinero. Trabajó durante años en un restaurante cuya cocina solía estar a más de cincuenta grados. Cuando casi se seccionó un pulgar cortando un chuletón, nos pareció una desgracia, pues para más inri decidió entonces abandonar ese puesto de trabajo. Ahora vemos que aquellas herida seguramente le evitó males mayores. Miro atrás y veo el largo rastro de tres caracoles casi en paralelo.

HERALDO DE ARAGÓN (10-11-09)

1 comentario

Pilar Ruiz -

Pues anda que si hablamos de aprendizajes gracias o por culpa de los hombres yo... ¡De buena me libré!