Blogia
Cristina Grande

RIÑONES

  Anabel, mi carnicera, me consiguió un kilo de riñones de cordero que se me habían metido en la cabeza. Nunca los había hecho antes. En mi familia no les han gustado demasiado las vísceras, ni a mis padres, ni a mis abuelos, ni a mis hermanos. Extendí los riñones sobre la encimera de mármol blanco y me parecieron preciosos. Todos eran distintos, como dicen de los copos de nieve, como los miembros de una gran familia. Los seccioné por la mitad con mi nuevo cuchillo cerámico. Me costó más de lo que pensaba. La sangre sobre el mármol trajo a mi memoria una escena de la película “Fargo”. Pensaba en Frances Mcdormand. De un viejo libro de cocina había sacado la receta para hacerlos al jerez. Tenía el libro abierto boca abajo, no sé para qué, pues al final no le hice ningún caso. Mientras picaba la cebolla, cultivada en un huerto de Villamayor, los lagrimones me inducían a darme prisa con el cuchillo cerámico. Se oía una radio por una de las ventanas del patio de luces. Entendí que había estallado una bomba en algún sitio y apagué la campana extractora. Luego la volví a encender, la cebolla se estaba quemando. Creo que me pasé con el jerez, que llevaba años y años en el fondo de una alacena. A pesar de mis desmanes y atrevimientos culinarios los riñones resultaron muy agradecidos, de muy buena calidad. Creo que quedaron ricos. No sé si fue por lo del atentado de Oslo, o por algún otro motivo más nimio pero, después de todo, no me apetecía mucho probarlos. La casa, sin embargo, olía maravillosamente a jerez y a guiso.

HERALDO DE ARAGÓN (25-7-2011)

0 comentarios