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Cristina Grande

LONG JOHN

Hace unos años pensé que debía visitar la tumba de mi padre. Sería la primera vez desde su muerte en 1983. Llevaría un ramo de claveles rojos. A él le gustaban los claveles rojos más que ninguna otra flor. De niña tuve una maceta en el balcón y los claveles se secaron al cabo de un tiempo porque yo no sabía que había que regarlos. A partir de entonces los claveles rojos me recordaban a mi padre. Tras su muerte muchas cosas, demasiadas, me recordaban a mi padre. Vivía en Madrid cuando se me ocurrió llevar una botella, en vez de un ramo, a la tumba de mi padre. Quizás la idea surgió del escaparate de una licorería en la que vi, entre muchas botellas, una de Long John, el whisky que le gustaba a mi padre. Durante los años setenta mi padre pasó del coñac al whisky gracias a sus primos de Bilbao. Uno de sus primos, Juan, era capitán de un barco llamado Patricia. El Patricia hacía la ruta Bilbao - Southampton y una vez subimos a bordo, y yo querría haberme hecho a la mar en ese instante. La botella de Long John de la licorería de Madrid debió de ser un espejismo. Nunca habían tenido esa marca, me dijeron cuando fui a comprarla unos días más tarde. Suelo fijarme en las marcas de whisky de los supermercados, buscando siempre la marca de mi padre. Fue en Andorra, hace una semana, cuando compré por fin la botella de Long John. Aunque no bebo whisky, obligué a Antoine a abrir la botella. Antoine viajó a bordo de El Patricia, y no yo. Le pedí que sirviera uno en vaso bajo, como hacía mi padre, y suspiré contenta.

HERALDO DE ARAGÓN (12-8-2014)

1 comentario

Eláis -

¡Qué bien escribes, Cristina! Como a mí me gustaría hacerlo. Dejas sin contar muchas cosas, pero con lo que cuentas el lector tiene más que suficiente para imaginar a su manera esas ocultas historias en tan hermoso texto. Gracias por estos regalos. Un beso.