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Cristina Grande

EPIFANÍAS

En la puerta de casa me encuentro con mi vecino, Esteban, que lleva en la mano una publicación semanal de la diócesis de Tarazona en cuya portada, con grandes letras rojas, se lee “Epifanía del Señor”. La Epifanía del Señor ante los Reyes Magos es una de las fiestas católicas más antiguas de las que se tiene conocimiento, más antigua incluso que la misma Navidad. Epifanía significa manifestación, revelación. La mañana es luminosa y el Moncayo se ve nevado en la lejanía con una claridad inusual. Vamos de excursión a Belmonte de Gracián, siguiendo el curso del río Perejiles. Me hago una foto con la estatua de Baltasar Gracián, que a mi lado se ve como un gigante. El espacio Gracián no está abierto al público, pero lo que a mí me interesa en realidad es la casa natal de mi admirado escritor. En el sentido literario la epifanía, al modo de James Joyce en “Dublineses”, es una iluminación, el descubrimiento de una verdad íntima y esencial de la que no se tenía conocimiento. La casa natal de Gracián, frente a la magnífica iglesia mudéjar, parece estar en venta, o quizás sólo es una parte de la casa la que se vende. No me queda claro. Pido un vermú en el bar con los cristales más limpios del mundo. Desde allí veo las placas que pusieron las instituciones en el cuarto centenario del nacimiento del autor. Parece una casa con medallas. Rodéate de los mejores, decía Gracián en el Oráculo Manual. Desearía tener una epifanía, una intuición súbita. Me acerco a la estufa del bar a calentarme las manos.  

(HERALDO DE ARAGÓN. 6-1-2015) 

 

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