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Cristina Grande

ZARZAS

La juntura de los ríos Aranda e Isuela, en el término municipal de Arándiga, es uno de esos parajes bucólicos que recuerdas sentada en el sofá de casa al notar que tienes que descansar la vista. Soy torpe y miedosa cuando se trata de caminar por el campo, fuera de los caminos, por ribazos y taludes llenos de zarzas que se enganchan en la chaqueta y hasta en los cordones de las zapatillas. Remontando el río por la orilla me parece haber vuelto a mi infancia junto al río Tirón, afluente del Ebro. Revivo el miedo a caerme, a torcerme un tobillo y a que salga alguna culebra de agua o cualquier otra alimaña. Sin embargo, superar los miedos tiene sus recompensas. Puedes ver saltar una trucha en el agua y escuchar el melodioso canto de algún pájaro escondido entre la vegetación. O puedes descubrir una antigua fuente que en Arándiga llaman “la fuente de mi lugar”, y que podría ser medieval o incluso romana. La fuente no mana agua y está casi oculta entre zarzas. Parece una fuente encantada. Como no llevo cámara ni móvil tengo que asegurarme de no olvidar esa fuente seca que, no sé por qué motivo, me parece importante. Explicar o fotografiar la naturaleza, tal como la sentimos, es realmente difícil. Llevo en la mano, arañada por las zarzas, un ramo de beleño negro que crece cerca de la fuente de mi lugar. “Y la zarza trepadora podría adornar los salones celestiales”, dice un verso de Walt Whitman. 

HERALDO DE ARAGÓN (12-4-2016)

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