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Cristina Grande

GRAVEDAD PERMANENTE

Yo tenía una amiga aparejadora que hacía tasaciones inmobiliarias además de obras. Se movía con gran naturalidad en un mundo de hombres y andamios. Le gustaban los coches deportivos. Cuando bajaba las ventanillas, su larga melena negra flotaba en el aire, como las canciones de Franco Battiato que ella cantaba en italiano aunque la versión fuera en español. Yo no podía conducir y mi melena nunca fue tan larga. A veces la acompañaba si tenía que hacer alguna tasación fuera de Zaragoza. Ella era de ciudad y yo de pueblo. Corríamos con su deportivo plateado por carreteras secundarias que a mí me resultaba familiares. Creo que fue hacia 2001 cuando la acompañé a la localidad de Sena. Habíamos quedado en una gasolinera con el encargado de las naves que teníamos que tasar. El encargado nos montó en un todoterreno que subía como al trote por una pista que llevaba hasta las inmensas naves de cerdos. El encargado, o lo que fuese, parecía muy orgulloso de aquel imperio porcino. Su acento era marcadamente catalán. Casi todos los trabajadores venían de Lérida, dijo cuando le pregunté si allí trabajaba gente de Los Monegros. Todo aquello pertenecía a Guissona. Mi amiga aparejadora tomaba notas. Hicimos las mediciones y muchas fotografías. Los cerdos parecían felices. De vuelta en la gasolinera, el encargado, o lo que fuese, desapareció antes de que pudiésemos demostrarle lo bien que cantábamos “Busco un centro de gravedad permanente”. 

HERALDO DE ARAGÓN (7-2-2017)

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