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Cristina Grande

FRIVOLITÉ

Suelo llegar al final del año con una extraña sensación de fatiga. Si no fuese por los excesos navideños me costaría una barbaridad pensar en un 2011 que viene malencarado y del que, por otro lado, sólo quiero esperar cosas buenas. Suelo hacer una lista de buenos propósitos de Año Nuevo que es como la lista de la compra, que la olvidas, pegada con un imán, en la puerta de la nevera. Me gustaría ser todavía más frívola de lo que soy, eso sí, sin caer por ello en la trivialidad. Según el María Moliner “frívolo-a” significa ligero y superficial, que viene del latín “frivolus” y también se dice del que no da a las cosas la importancia debida, o no las hace con seriedad y sólo piensa en divertirse. Quienes padecemos el síndrome de expectación negativa moriríamos “ipsofactamente” (neologismo de Emilio Gastón) si no frivolizásemos de vez en cuando. No suelo fiarme de las personas demasiado serias, ni de quienes no saben divertirse si no es criticando o malindisponiendo a unos contra otros, ni de aquellos que tienen mal beber y se ponen agresivos. Cualquier cena navideña, de empresa, de amigos o familiar, sería un muermo total si no hubiese frívolos que se esfuerzan con generosidad por la diversión ajena. Según el María Moliner trivializar es sinónimo de disminuir, por eso no me gusta lo trivial aunque se parezca a lo frívolo. Prefiero sumar antes que restar, hacer reír, pensar en cosas divertidas, hacer frivolité, acordarme de algún chiste bueno, cantar en la ducha, y tomarme muy en serio todo aquello que aumente las pequeñas alegrías de la vida.

Heraldo de Aragón (diciembre-2010)

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