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Cristina Grande

VIEJOS ESQUIADORES

Publicado en Heraldo de Aragón (edición Huesca) el 27-1-2008

 

Hace años que no esquío. La última vez que me calcé mis viejas tablas, en 2001, disfruté bajando por las pistas de Cerler, en las que había aprendido a esquiar cuando era muy joven. Fue un ejercicio de nostalgia que di por concluido en el momento en que una tabla de “snow” se me llevó por delante. Esa misma temporada una de mis amigas se rompió los ligamentos de la rodilla en su primera clase de ski, y me sentí afortunada cuando llegué sana y salva al aparcamiento. Me veía vieja entonces para ese deporte, y decidí, casi con alivio, practicarlo tan solo como espectadora. Estoy sentada al sol en la terraza del restaurante El Molino. Veo a los esquiadores descendiendo el último tramo de Les Pllanes. Levantan un poco de polvo de nieve en cada uno de sus elegantes giros. El último sol de la tarde resbala sobre la nieve y sobre la corteza blanca de los abedules. Las sillas suben vacías. Poco a poco, la terraza de El Molino se va llenando de esquiadores que se aflojan los enganches de las botas. Muchos de ellos son mayores que yo. Siento envidia y orgullo ajeno. Me acuerdo del sonido de las tablas sobre la nieve, parecido al fru-frú de los vestidos de organza, y de la felicidad que sentía cuando veíamos huellas de animales que no sabíamos identificar. A veces, pasaba miedo en los descensos. Quizás es que nunca fui joven. Me gustaría ser como esos viejos esquiadores, que bajan sin prisa pero muy determinados, y que conocen el terreno palmo a palmo y saben dónde hacer los giros, y que no se enfadan cuando un joven se cruza en su trayectoria. Las sillas suben vacías. Me pregunto por qué no voy en una de ellas, si dentro de mí siempre ha habido una vieja esquiadora.

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