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Cristina Grande

DECIR SÍ

 

Venía de ver a un amigo enfermo y me apetecía un poco de diversión. Pensé en ir al cine, pero me acordé del dolor de estómago que me había entrado el día anterior viendo una película sobre Mussolini. El cielo estaba bonito, muy movido, con nubes veloces que trajeron a mi memoria la primavera escocesa. En ese momento sonó mi móvil. Era mi primo Alfredo para invitarme a una fiesta muy “cool”, justo lo que necesitaba. Qué suerte tengo, pensé. Sin embargo, un repentino abatimiento me llevó a casa como si mis pies no me pertenecieran. Tenía un ataque de nostalgia, de aquellas fiestas de las rosas en el huerto de la Media Legua, de caras conocidas y desconocidas, de todo lo que pude hacer y de todo lo que había dejado de hacer. La misántropa que llevo dentro es una tirana, no me deja vivir con esa “ligerezza” que admiro en alguna de mis mejores amigas. Esa tarde permití que mi parte tirana se saliera con la suya, aun sabiendo que eso era algo reprobable, algo que no convenía a nadie. Mi amigo enfermo me habría reñido paternalmente, como el maestro Po al Pequeño Saltamontes. La cosa es que hay momentos en que el cansancio nos sirve de justificación para la pasividad, para la negación. Mala cosa. Sólo me faltaba acabar el día metida en Internet, el refugio para los solitarios retráctiles. Tenía un correo muy cariñoso de Esperanza Campos, la ilustradora de mi último libro. Me contaba los detalles de la presentación del libro en Granada. Haber dicho no a ese viaje también pesaba en mi ánimo maltrecho. Se acercaba el solsticio de verano y me prometí tomar alguna pócima mágica que me devolviera una ligera inclinación a decir más veces ”sí”.

HERALDO DE ARAGÓN (22-6-2010)

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