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Cristina Grande

FANTASMAS

Yo creo en los fantasmas. En algunos fantasmas. Cada uno tenemos los nuestros y son, como los recuerdos, intransferibles. “El fantasma y la señora Muir” (Joseph L. Mankiewicz, 1947) es una película turbadora que me gusta por su aparente ingenuidad y su densidad onírica. Gene Tierney es una joven viuda que se va a vivir cerca del mar y establece una curiosa relación con el fantasma del capitán Gregg (Rex Harrison), y viven felices para siempre. A veces veo con mi sobrina una serie de televisión en la que una joven con poderes ayuda a los fantasmas a pasar “al otro lado”, que viene a ser el más allá. Yo no querría que mis fantasmas se fueran al otro lado. O como mucho, al otro lado del espejo, desde donde nos ven envejecer. Mi padre, en mis sueños, siempre viene en mi ayuda, y ya tiene todo el pelo blanco cuando sólo tenía plateadas las sienes al morir, hace 28 años. Mi abuela, que murió tres meses antes que mi hermana, se me apareció un día en una estantería a la altura de mis ojos, mientras visitaba un museo de vírgenes románicas. Era la más bajita de la fila, iba toda de blanco, se parecía a Frida Khalo y era la única que sonreía en mi sueño. Hay otros fantasmas menos amables, que no hacen nada malo, pero se limitan a observar el sufrimiento de las personas a las que amaron en vida. Algunos son excesivamente discretos, te preguntas dónde se habrán metido. Te preguntas también si se hablan entre ellos. Mis fantasmas viajan conmigo, en mi corazón, que es un músculo estriado con motilidad autónoma.

HERALDO DE ARAGÓN (1-11-2011)

 

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