Blogia
Cristina Grande

UN ÁRBOL SINGULAR

Había un enorme cedro del Himalaya en el patio de mi colegio. Estaba en una esquina, cerca de una tapia por la que sobresalía como un gigante. Bajo su sombra nos columpiábamos y yo me dejaba matar jugando al “balucón” contra las internas vascas. Estábamos muy orgullosas de ese árbol centenario las chicas del pueblo porque parecía salido de un cuento fantástico y nos protegía. De camino al colegio, por una carretera comarcal poco transitada y bordeada de castaños de indias, nos entreteníamos recolectando castañas que luego decorábamos con rotuladores de colores. A veces, con la llegada del buen tiempo, preferíamos volver por el camino de Alméndora, que estaba sin asfaltar. Ni a nuestras madres ni a las monjas les gustaba que fuéramos por ese camino. Imponían la carretera porque era preferible ser atropelladas a ser violadas. No lo decían así de claro pero se rumoreaba que había pervertidos, exhibicionistas, lobos que salían al encuentro de las caperucitas. De cuando en cuando nos deteníamos a comer alguna manzana o algún melocotón áspero de los árboles que parecían no pertenecer a nadie. Veinte o treinta años después el camino de Alméndora se convirtió en una calle asfaltada para una urbanización de chalés que se construyó de la noche a la mañana. Ya no quedan frutales, ni sobrevivió el colegio, que ahora es otra cosa. Pero el cedro del Himalaya sigue ahí, como mi amor por los árboles, como la castaña seca en la que aún se lee “año1974”.

 HERALDO DE ARAGÓN (28-3-2017)

0 comentarios