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Cristina Grande

AHORRADORES

“La riqueza me da igual”, dice Mark Twain en su maravillosa “Guía para viajeros inocentes” (que por cierto le hizo rico) mientras visita Tánger y constata que los más ricos visten harapos y entierran sus dineros. Me asombra la gente que sólo piensa en el dinero, casi me da envidia que haya quienes encuentran la felicidad en ahorrar un euro aquí, unos céntimos allá, que recorren la ciudad buscando el jamón más barato y acumulan puntos en esas tarjetas de supermecados, y revisan los recibos de la luz, el teléfono y demás, y sólo van al cine el día del espectador, y ven con satisfacción, y casi con aprensión, cómo aumenta el saldo de su cuenta bancaria. En mi familia he visto los dos extremos: avaros hasta la médula y derrochadores irredentos, y también gente normal que intenta hacer de la medida una virtud. La crisis ha provocado un afán ahorrador en el español medio, y eso es algo que también me asombra, que no acabo de entender (la Economía es un gran misterio). Mi madre dice que lo que más diferencia a las personas es la forma de gastar el dinero, y que eso es lo que realmente une (o desune) a las parejas. De niña yo tenía fama de rata, no me gastaba la paga semanal, y mi hermano gastaba la suya y la mía argumentando que yo era muy mala administradora, el dinero era para gastarlo, y yo sabía que en el fondo tenía razón. Ahora es más moderado, a veces compara los precios de aquí o allá. Pero cuando le encargo una botella de champán para celebrar algo importante, mi hermano me trae una botella de Taittinger pues, según él, hay cosas en las que no deberíamos ahorrar porque acabaríamos siendo muy aburridos.

HERALDO DE ARAGÓN (12-10-2009)

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