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Cristina Grande

PERMANENTE

Tengo muy pocos amigos en Facebook. De esos pocos sólo hay dos a los que no conozco en persona. No le acabo de encontrar la gracia a la amistad virtual. Aunque a veces suceden cosas curiosas, como haber reencontrado a mi antigua peluquera, la cual cambió los secadores por los ordenadores dejándome abandonada. Creo que la amistad necesita aire de verdad, brindis de verdad, abrazos de verdad, palabras de verdad, y también necesita una  larga permanencia sin contrato. Le enseño a mi amiga A la marca que me dejó en el tobillo la mordedura de una mosca negra. Mientras tanto, mi amiga M, que acaba de volver de vacaciones, tiene la súbita idea de invitarnos a una docena de ostras en una plaza repleta de turistas. Desde la mesa de al lado, unos italianos nos miran –a las ostras y a nosotras- con gran curiosidad. Brindamos las tres y M dice que se siente muy feliz y que no va a permitir que el pesimismo ambiental le amargue la existencia. Y yo digo que esa felicidad debería ser patrimonio de la humanidad, igual que las ostras y el vino blanco. Nos ponemos un poco piripis. Declaramos el estado de guerra permanente contra el pesimismo. No me doy cuenta de que los mosquitos me están acribillando los brazos. Reímos como si fuésemos las mismas de hace veinte años, como si nada hubiera sucedido. Pedimos otra ronda. El mundo gira enloquecido alrededor, mientras nosotras, por unos instantes, permanecemos en el eje central de un tiovivo, en ese centro de gravedad permanente que inventó Franco Battiato.

HERALDO DE ARAGÓN (15-8-2011)

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