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Cristina Grande

FLORES DE CALABAZA

La barrera estaba bajada en el paso a nivel de Morata de Jalón. La espera se nos estaba haciendo larga porque no contábamos con ese imprevisto. Íbamos camino de Arándiga y aún teníamos que parar en el almacén de materiales de construcción que está al otro lado de las vías. Me di cuenta de que me había olvidado el móvil en casa. Mi madre dijo que no importaba, que antes vivíamos bien sin el controlador, pero me puse un poco nerviosa pensando que mi hermano se preocuparía, pues mi madre no tenía cobertura ni la tendría en todo el día. Pasó un tren de cercanías bastante lento. De repente me pareció haber viajado al pasado pre-móvil que apenas recuerdo, a esos veranos de ventanillas bajadas, moras junto a las vías, y merenderos con mesas de piedra. Después de varios minutos pasó un segundo tren en dirección contraria. La barrera aún tardó un poco en abrirse. Por lo que sea, mi ritmo cardiaco no se ajustaba al tempo rural que suele contentarme cuando salgo del centro de la ciudad y hace un día espléndido y Antoine me sonríe con las manos en el volante. En Arándiga fuimos a pasear hasta un bello paraje cercano a la confluencia de los ríos Isuela y Aranda, donde nuestro amigo Jesús cultiva un huerto. Mi madre improvisó un gorro anudando las esquinicas de un pañuelo que sacó del bolso. Cogimos pepinos, tomates, judías verdes, y hermosas flores de calabaza que le dieron un toque “arandino”, muy especial, a la paella. Mi madre reía y por fin me olvidé de los móviles durante un rato.

HERALDO DE ARAGÓN (24-7-2012)

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