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Cristina Grande

CONTRATO

 

No es del todo fácil distinguir a una buena persona de una mala persona, aunque sí podemos intuir, casi de forma instantánea, de quién te fiarías en un momento dado. Si yo fuera una inmigrante ilegal que tiene que sobrevivir honradamente, no me fiaría de alguien que se niega a hacerme un contrato después de casi dos años de trabajo en las condiciones –a veces inhumanas- que te impone. Mi hermana trabajaba como inspectora de trabajo en la Comunidad Valenciana. Temblaba cada vez que le tocaba ir a Gandía. Temía sobre todo a los empresarios cutres que sin tener ni idea de cómo gestionar un negocio tenían muy claro que querían hacerse ricos rápidamente, y llegaban a esconder a sus empleados en los conductos del aire acondicionado con tal de librarse de las multas de la Inspección. Un buen empresario no se hace de la noche a la mañana. Intenta que su negocio vaya bien y que sus empleados mantengan sus salarios y su dignidad. Es una pena entonces, y una injusticia, que el negocio fracase y que los empleados terminen en la calle. Se puede ser mal empresario y buena persona. Y mal empresario y mala persona. Mi hermana se habría enfurecido con el caso del panadero de Gandía. El brazo del panadero en el contenedor es el macabro símbolo de la economía sumergida (sumergida en la basura). El brazo amputado no se puede reimplantar, pero el dedo índice de esa mano (me lo imagino alzado como lo pintó Goya en la maneta de San Vicente Ferrer) apunta claramente a un mal empresario de quien ni su propia familia se fiaría. Para compensar un poco, mi hermana habría dicho que se puede ser buen empresario y una buena persona.

Heraldo de Aragón (23-6-2009)

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