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Cristina Grande

SANMIGUELADA

La espada de San Miguel se queda clavada en el espinazo del demonio con cara de hombre. El eje de la tierra permanece completamente vertical mientras dura el equinoccio de otoño. La balanza, que representa a la Justicia y al signo de Libra, empieza después a inclinarse hacia la oscuridad del invierno. Es hora de hacer balance, de revisar y romper papeles atrasados, de empezar un nuevo cuaderno. El sol membrillero calienta lo justo y se ve todo con una rara transparencia. Esta especie de otoño-primavera que comprende el final de septiembre y primera quincena de octubre se conoce en Aragón como Sanmiguelada. Es también, según el Vocabulario de Moneva, esa época que media entre el final de la trilla y el principio de la sementera, y un tiempo por tanto propicio para cumplir compromisos y contratos. Pero siempre habrá gente sin honor que se enriquece con todas las subvenciones habidas y por haber y luego no paga las deudas contraídas con sus vecinos. Las muchachas que estaban hartas de sus señoras aguantaban hasta estas fechas para hacer “Sanmigalada” y buscar sitios mejores: “Sabe qué, señora, que si la camisa no está bien planchada, que ahí se queda, que se la planche usted”. La señora despechada decía entonces: “La muchacha y el gallo, un año”. Es también en esta época cuando aumenta el número de demandas de divorcio, pero eso no aparece en ningún diccionario. La calle Mayor se reabre por fin al tráfico rodado. Desde mi ventana no puedo dejar de ver las flechas recién pintadas en medio del asfalto, tan rectas y refulgentes. Algunas especies de pájaros cantan dulcemente, como en primavera, como si fuesen a iniciar una migración.

HERALDO DE ARAGÓN (29-9-2009)

 

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