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Cristina Grande

PUKINUKI

¿Qué tiene la palabra gratis que no acaba de gustarme? Por más que la publicidad se empeñe, soy de esas personas que han heredado el gen de la desconfianza más recalcitrante. En Madrid te ponen algo de picar cada vez que pides una caña, bien unas patatas de bolsa, bien unos frutos secos que acabas comiendo sin ganas, bien unas mini croquetas congeladas que suelen quedarse en el plato, y a mí no me gusta esa costumbre que casi te obliga a comer algo que no has pedido, que normalmente es de ínfima calidad. Si me apetece tomar algo, prefiero ir a un bar de tapas y pagar por las que yo elija. Las cosas gratis que regalan las revistas de moda, bolsos, echarpes, qué se yo, acaban en algún armario porque te da pena tirar cosas por muy inútiles u horrendas que sean, así que ahora busco publicaciones que no regalen nada, pues quizás ese dinero lo inviertan en mejores artículos o colaboraciones. Lo mismo me sucede en los hipermercados: el 2X3 ó 3X4, o lo que sea, me ponen nerviosa, prefiero elegir los productos por otras razones aunque sean tan banales como un envasado atractivo o una especificación clara de sus características. Y no me creo un bicho raro, sólo creo que no hay nada gratis en la vida y me gusta pagar a tiempo. Llaman a la puerta de casa, es un tipo que dice ser del gas y me pide un recibo para aplicarme un 10% de descuento en la factura. Le digo que no tengo gas. Un minuto después, oigo que mi vecina de rellano le suelta la misma mentira, que su caldera no es de gas, y amablemente lo despide.

HERALDO DE ARAGÓN (23-12-09)

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