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Cristina Grande

SORPRESAS

Las sorpresas de los roscones son como los anillos internos de los árboles, sólo hay que contarlos para averiguar el tiempo transcurrido. Tengo una caja muy bonita que la pasada Navidad contenía una anguila de mazapán traída de Madrid, y que ahora me sirve para guardar mis valiosas sorpresas. Hay más de sesenta. Contando que son dos roscones por año, el de Reyes y el de San Valero, es fácil deducir que llevo más de treinta años en Zaragoza. Mi madre se encargaba, antes de nacer mi sobrina Gabriela, de que la sorpresa me tocara a mí. Creo que le hacía gracia que habiendo sido siempre una descreída (que ni en los Reyes Magos recuerdo haber creído) tuviera esa ilusión infantil en la edad adulta. Algunas de las sorpresas son pequeñas joyas, como una oveja de cristal transparente, o un elefantito verde de jade que es una preciosidad. Las sorpresas de los últimos años son más cutres en general. Tengo un camión de plástico que sobrepasa todas las medidas recomendables. Y también hay payasos que no hacen gracia, y anillos de colores que no son como los anillos de los troncos de los árboles. Pero a veces la sorpresa sorprende. Un invierno más y un anillo nuevo. Mi amigo Rodolfo, con todo su pelo, acaba de cumplir cincuenta años, que son exactamente cien sorpresas, aunque parezca imposible. Que la sorpresa sea más o menos bonita importa poco, después de todo, cuando las pones todas juntas y hacen bastante bulto, y ves que en la caja aún queda espacio para unas cuantas más.

HERALDO DE ARAGÓN (31-1-2012)

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