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Cristina Grande

PUENTES

Íbamos por la ribera del Ebro mi amiga Valentina y yo. Llegamos hasta el pabellón puente por la margen izquierda, y como no se podía cruzar, allí nos dimos la vuelta. El río se veía espléndido, como un gran río europeo. Pasado el Club Deportivo Helios nos encontramos un espectacular despliegue militar y mucha gente mirando. Pensamos que estaban haciendo maniobras los pontoneros. Luego nos enteramos de que estaban construyendo un puente provisional que podríamos cruzar en un par de días. Cruzar puentes debe de ser algo inherente al ser humano, anterior incluso a la capacidad de construirlos. Dos días más tarde arrastré a mi madre –algunas mañanas desayunamos juntas en la plaza del Pilar- hasta el club Náutico, pero era demasiado temprano y estuvimos mirando el puente de los pontoneros como si fuera el mayor espectáculo del mundo. Mi madre llevaba tacones y habría cruzado como las divas cruzan una pasarela. La memoria es caprichosa, ya sabemos, y recordé el río Po a su paso por la ciudad de Turín una mañana fría de cielo azul, y recordé el Garona cuando lo cruzábamos hacia Les Abattoirs.  Los puentes vienen a ser como la sinapsis de las neuronas, que es una unión especializada imprescindible para la percepción y el pensamiento. ¿Y si los seres humanos fuéramos células de un único organismo? Mi amiga Valentina soporta con gran educación mis continuas divagaciones mentales mientras caminamos. La corriente del río me lleva de una cosa a otra y no puedo dejar de pensar, fantasear y concatenar.
HERALDO DE ARAGÓN (9-7-2013)

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