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Cristina Grande

OTOÑOS

Las golondrinas se fueron sin despedirse. Me habría gustado verlas partir. No es que eche de menos su algarabía continua por encima de los tejados. Pero se impone el silencio al atardecer, el ulular del viento anuncia la llegada del mal tiempo, y siento un poco de nostalgia de las tardes de verano. El invierno se me hará largo, lo presiento. Me resisto a guardar las sandalias y los pies se van quedando fríos. Siempre intento aguantar hasta el Pilar. He sacado del armario, eso sí, la manta con estampado de piel de vaca de todos los inviernos. Hemos encendido la chimenea, que no acababa de prender, como si hubiese olvidado su cometido. Los amigos de Arándiga han vendimiado unas pocas uvas hijas de la sequía porque no hacerlo sería un acto de cobardía. Cuando las uvas dulces van por el aire el otoño se rompe de parte a parte, sigue cantando Labordeta. La luz de septiembre adquiere una inclinación y una brillantez perfectas para destacar los volúmenes del paisaje. Me duele la garganta. En la lista de la compra apunto varias novedades editoriales que me llaman la atención. Ya me veo en el sofá, frente al fuego, leyendo “Vaciar los armarios” de Rodolfo Notivol, “Patria” de Fernando Aramburu, y “A contraluz” de Rachel Cusk. Estoy pasando el aspirador cuando descubro una pequeña sargantana que se ha refugiado bajo el quicio de una puerta. También presiente la llegada del invierno y paso de largo para no dañarla. Espero verla dentro de unos meses. Espero también que ella pueda verme a mí y me salude.    

HERALDO DE ARAGÓN (27-9-2016)

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