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Cristina Grande

AVERLY SATATION

 

De Zaragoza a Huesca llevaba una hora justa hace quince años. Hoy en día, en un autobús mucho más moderno, lleva una hora y cinco minutos. Aun así, me sentí afortunada cuando descubrí que no tenía que ir hasta la estación de Delicias y que podía subirme frente a Averly, en el Paseo de María Agustín. Allí mismo saqué el billete en una maquineta. Una mujer mayor con sandalias de plataforma y pelo rojo me pidió ayuda para sacar el suyo. El autocar iba a tope: ancianos, jóvenes muy jóvenes, inmigrantes y amaxofóbicos componíamos la mayoría del pasaje. Delante de mí un africano hablaba por el móvil con su antiguo jefe. Se notaba que había una cierta amistad, un cierto respeto y cariño en la voz del africano. “Necesito el papelo, Jorge. Sin el papelo no puedo ser autónomo ni tener nuevo contrato”. La conversación giraba en círculos, quizás concéntricos. Me entró sueño. Siempre quiero dormirme entre Zaragoza y Huesca, y nunca lo consigo. En la plaza de San Pedro la noche era violeta por obra y magia del Instituto Aragonés de la Mujer (el jueves 16 estará Ouka Lele para todo el que quiera disfrutar de su obra y su presencia). Esa noche dormí como un tronco. De vuelta a Zaragoza seguía medio dormida, como mesmerizada. Tantas veces he hecho ese trayecto que ya no suelo considerarlo un viaje. Los campos amarillos de cereal cosechado se repetían igual que el bolero de Ravel. Me acordaba de las palabras del africano al despedirse de su jefe: “Tienes que pensar mucho, Jorge. Hay muchas cosas malas en tu vida”. Revolví en mi bolso buscando algo. Encontré el billete de ida, y vi que ponía “Zaragoza. Averly-Huesca”. Creo que me dormí unos segundos y que soñé que regresaba de un largo viaje y que alguien me esperaba en Averly Station.

HERALDO DE ARAGÓN (14-7-2009)

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