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Cristina Grande

PARABOLOIDE

Llovía un poco en Barcelona. Paseábamos bajo un paraguas negro, normal y corriente, hacia la columnata del parque Güell. No habíamos podido entrar en la Sagrada Familia, pero habíamos pasado un buen rato ante su fachada principal, observando esas formas que las guías califican de “hiperboloides” y “paraboloides”. A la mayoría de los turistas esas formas nos parecen simplemente fantásticas y maravillosas. El Liceo estaba cerrado. Me habría gustado asistir a una representación para sacarle una espina a mi madre, que tuvo que conformarse –en sus años de estudiante- con esperar la salida de la gente guapa. No es difícil maravillarse cuando sales de casa con ganas de ver el mundo, igual que no es difícil enamorarse si buscas el verdadero amor. Lo difícil es mantener el asombro, que debe de ser algo parecido al amor a la vida. Barcelona es una ciudad asombrosa. Tenía ganas de volver a verla desde que empecé a leer “El día de mañana”, de Ignacio Martínez de Pisón, porque es una novela barcelonesa llena de vida y de vidas. Habían anunciado fuertes lluvias para el puente de Semana Santa, pero la cosa no fue para tanto. El paraguas negro, normal y corriente, me servía de bastón. Cada vez que lo apoyaba en el suelo pensaba en las columnas inclinadas de Gaudí. Pensaba que si el arte alguna vez imita a la naturaleza también podría darse el caso contrario, que la naturaleza pudiera imitar al arte. Lo mismo sucede con la vida, nuestra pequeña vida “hiperboloide” y maravillosa, que en muchos casos imita a la literatura.

HERALDO DE ARAGÓN (25-4-2011)

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