CUESTIONES FILOSÓFICAS
La ONU declara la felicidad como uno de los derechos humanos. La noticia me causa gran turbación. Acabo de terminar “La flecha en el aire”, de Ismael Grasa, y me dan ganas de pedirle que me acepte como alumna en sus clases de Filosofía. Me veo levantando la mano para decir que considero que mi felicidad no es exactamente un derecho, no es algo que pueda reclamar a nadie por el mero hecho de haber nacido. No me imagino, por ejemplo, detenida ilegalmente en una aduana portuaria y reclamando mi derecho a la felicidad. ¿No es la felicidad algo diferente para cada individuo, algo íntimo e intransferible? ¿No es acaso una búsqueda personal en la que puedes embarcarte o no, una especie de tarea que requiere un esfuerzo personal y un largo aprendizaje? ¿O es, como dijo Zola de la belleza, un estado de ánimo? Puedo decir que soy más feliz, mucho más, que cuando tenía veinte años, y el hecho de que pudiera tratarse de una falsa percepción no tiene mayor importancia para mí. Nunca volvería a la infancia. Estoy empeñada en ser una vieja feliz, como lo fue mi abuela hasta su muerte, y no voy a responsabilizar a nadie si no lo consigo. Me viene a la cabeza la frase que una novia dijo al brindar durante el banquete de su segunda boda: “Tenemos la obligación de ser felices”. El día que mi abuela cumplió 99 años fuimos a tomar unas tapas para celebrarlo. Con una copa de vino en la mano dijo muy sentenciosa: “Este es el día más feliz de mi vida”. Seguramente ya sabía que sólo iba a vivir cinco meses más.
HERALDO DE ARAGÓN (30-8-2011)
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maria -