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Cristina Grande

RUEDETAS

La tía Visi era el alma de la casa. Sin ella el caos se apoderaba de la cocina y de los armarios en menos de un día. Me asombré muchísimo cuando me enteré de que la tía Visi, que no era mi tía sino la tía de mi mejor amiga, tenía su propia casa, un piso grande y lóbrego que compartía con una tortuga eternamente aletargada en la despensa. Yo nunca había visto una tortuga y salté de alegría el día en que asomó su cara arrugada y nos miró con sus ojillos legañosos. En las grandes fiestas familiares la tía Visi iba y venía como si tuviera ruedetas en los pies. Era lo contrario a su tortuga. Recogía, ordenaba, cocinaba y fregoteaba con una ligereza sorprendente. A mis ojos de niña había algo mágico en ella, algo que yo nunca conseguiría. Con los años he comprobado que existen muchas tías Visis, al menos una en cada familia que ha sobrevivido estructurada –que es una palabra horrible que pongo sólo como antónimo de “desestructurada”-, es decir, en las familias unidas. Hace unos días asistí a una comida en la Sociedad Gastronómica Aragonae. Éramos 38 comensales. En la cocina había varios aglutinadores (del género masculino en este caso) que parecían tener manos de prestidigitador y ruedetas en los pies. No fue entonces, sino unos días después, mientras me vi trajinando para la cena navideña, cuando pensé en la tía Visi y en su legión de aglutinadores. Creo que sin querer me he alistado como aprendiza, y espero que pronto me concedan las ruedetas.

 HERALDO DE ARAGÓN (27-12-2011)

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