LA REBOTICA
Mi farmacéutica se ha jubilado. Vino al mundo en una botica rural en 1932. Desde entonces, exceptuando su época de estudiante, siempre ha vivido encima de una farmacia, al lado de una farmacia, o en frente de una farmacia. Tuvo tres hijos, pero no conoció las bajas por maternidad, ni más de cinco días seguidos de vacaciones. Digamos que su profesión era un destino desde la cuna, más que una vocación. Me consta que le habría gustado dedicarse a la judicatura, lo cual no le ha impedido ejercer su profesión con la honestidad y dedicación propias de esa generación que lo ha soportado todo. “Creo que no hay profesión que haya cambiado más que la mía. De la rebotica de mi padre, con aquellos morteros, espátulas, y matraces con los que hacíamos pomadas y jarabes, a las pantallas de ordenador de ahora hay una incongruencia difícil de asimilar”, dice mirándose al espejo, preguntándose en el fondo cómo será su vida de jubilada. En su piso de la ciudad, en frente de la que ha sido su farmacia durante los últimos treinta años, ha montado un pequeño museo de la rebotica antigua. Junto a un pildorero hay una fila de tarros, frasquitos con preciosas etiquetas y carteles publicitarios de remedios que ya no existen (Barachol contra la sarna). Huele mucho a farmacia nada más entrar en el piso. Es domingo, el día de la madre. Voy a felicitarla. Está ordenando por alturas unas cuantas probetas de cristal. Tengo el privilegio de poder llamarla “mamá”, pero su verdadero nombre es Anunciación Marcellán.
HERALDO DE ARAGÓN (8-5-2012)
1 comentario
Elías -
Y no te vendas tan cara a la hora de publicar estos artículos; tus lectores te agradeceremos que no se haga tan larga la espera.
Desde aquí van dos besos para vosotras.