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Cristina Grande

CROQUETAS

El día de la final del Campeonato de Europa me puse a hacer croquetas de jamón para la cena. Nuestros amigos venían a ver el partido y habíamos comprado viandas sin conocimiento, con indecente alegría incluso, para celebrar la amistad por encima de todo. Hacer algo me resultaba relajante e imprescindible, como si pudiera colaborar con mis manos para algo bueno, para construir sinergias paganas. La masa de las croquetas siempre la hago a ojo de buen cubero (el cubero ya tiene una edad y no revela su secreto) y por tanto no quedó del todo perfecta. Me extrañó que de mi mano no salieran veinticuatro, sino sólo veintidós croquetas. Las fui colocando en unas fuentes gemelas de loza blanca. Cuando terminé la operación, que me llevó más de lo previsto, vi que había dos filas de diez croquetas en cada bandeja y una suelta en la cabecera de cada una. Sin darme cuenta había compuesto dos equipos con sus correspondientes porteros. Las dos fuentes estaban enfrentadas. Las puse una al lado de la otra, para comparar su composición: eran prácticamente iguales. Era como ver la alineación de dos equipos en la pantalla del televisor. Las redistribuí sin tener ni idea de fútbol, pero sabiendo que en la bandeja de España ponía las mejor formadas, sin aristas ni abultamientos, sin desproporciones con sus compañeras. Las puse en la nevera junto a una botella de champán que, fuera lo que fuera, nos beberíamos a la salud de esos deportistas que, llegado el momento, se transformarían en caballeros sin armadura.

HERALDO DE ARAGÓN (3-7-2012)

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