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Cristina Grande

LA FLOR DEL TIEMPO

“Las novelas son espejos. En ellos se refleja el autor y a cada lector le devuelven su propia imagen”, vino a decir Julio Llamazares en la presentación de su novela “Las lágrimas de San Lorenzo”. También dijo que el paisaje, siempre presente en su obra, es un espejo de nuestros estados de ánimo y de nuestra memoria. Pienso en sus palabras, no sé por qué, al ver los grupitos de amapolas que han salido en los últimos días por los ribazos y descampados, mientras subimos la cuesta que bordea la ermita de Arándiga. La memoria y el tiempo son los temas principales de la obra de Llamazares. La madre del protagonista sufre el mal de Alzheimer, “como si las palabras la hubieran abandonado junto con los recuerdos de su propia vida. Porque los recuerdos necesitan las palabras para serlo y, al revés, porque las palabras, sin nada que nombrar, se borran”. Las amapolas duran pocos días –la flor del tiempo- y siempre me producen un sentimiento contradictorio, como de nostalgia de un futuro ya vivido. Los espejos me van gustando menos con los años, quisiera mirar más lejos, revertir la miopía aguda que me obliga a fijarme en lo más cercano. Me gusta reconocerme, pero no tanto, en lo que leo y en lo que escribo, porque se trata de ampliar horizontes, después de todo, estirando la memoria y el anhelo donde no llega la vista. El rojo amapola es inigualable, un año más, y las amapolas duran poco, ya sabemos. ¿Y si el tiempo no hubiera pasado?, dice el protagonista de la novela de Llamazares.

HERALDO DE ARAGÓN (7-5-2013)

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