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Cristina Grande

UNA TONELADA

Voy paseando con mi madre y le comento que no hay ninguna estación tan bonita como la primavera. Es más bonito el otoño, con su gama cromática en rojos y ocres, afirma ella. Hago un conato de responder que el otoño es triste y la primavera es alegre, pero acabo de caer en la cuenta de que olvidé felicitarle el día de la madre. Ni siquiera le regalé un ramo de flores, ni se lo regalé para el día de la Anunciación, como otros años. Por supuesto, no me lo tiene en cuenta, pero me siento un poco miserable. Mi madre no usa los mensajes de móvil, que nos sirven muchas veces para no dar la cara, y me propongo compensarla de alguna manera. Seguimos nuestro paseo. Noto que se fatiga. Paramos en el escaparate de una zapatería. Entramos a curiosear. Nos dirigimos a la estantería del treintaicinco, que no es su número, sino el mío. No hay casi nada. Luego vamos a su estantería. Se fija en unas alpargatas que nos gustan a las dos. Le pregunta al propietario si no las tienen en el treintaicinco. Esta niña es muy difícil de calzar, dice como excusándose. Ella no quiere comprarse nada. Me cuelgo el bolso en bandolera y cojo su bolso también, que pesa una tonelada. Después de fracturarse un brazo, cuando yo era niña, se acostumbró a llevar un saquete de perdigones en el bolso como parte de su rehabilitación. Desde entonces, no sale a la calle sin que el bolso le pese una tonelada. Le ofrezco mi brazo libre y volvemos a casa, así agarradas, como una madre y una hija que, con los años, se comprenden a la perfección.  

HERALDO DE ARAGÓN (6-5-2014)

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