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Cristina Grande

TORPEZA

Estaba recogiendo la loza, despejando la cocina después de una fiesta familiar, cuando una copa de vino se escurrió de la encimera y se estrelló contra el suelo. Creo que habría podido salvarla en el aire, de tener mejores reflejos, porque su caída la vi a cámara lenta, como en un documental sobre las leyes fundamentales de la física con música de Richard Strauss. La noche anterior había visto “2001, una odisea del espacio”, que es una obra maestra que yo sigo sin entender, después de tantos años. El monolito siempre será un misterio para mí, un misterio insondable de extraña belleza. En la copa quedaba un poco de tinto de garnacha centenaria que, al caer, salió disparado dibujando en el aire un brevísimo signo de interrogación. La pregunta no se refería a la copa, condenada de antemano porque no hice nada para salvarla, sino a algo más metafísico, supongo. Con toda seguridad, algo relacionado con el monolito. Me hice un café para despejar las dudas. No es bueno hacerse demasiadas preguntas, y menos aún preguntas existenciales nada más levantarse por la mañana, después de haber soñado con fantasmas del futuro y de haber creído percibir el sonido de la nieve cayendo sobre el tejado. Los cristales rotos se habían expandido bien lejos, como todo en el universo. Recogí los restos y al verlos en el badil me sentí de repente contrariada, enfadada conmigo misma por mi torpeza. Y por el monolito. No me pareció apropiado reciclar la copa con los vidrios. En el suelo, la mancha de vino parecía sangre. 

HERALDO DE ARAGÓN (11-2-2014)

1 comentario

Beatriz Alonso Aranzábal -

¡Qué grande eres, Cristina! Cuánto me gustó conocerte. Besos