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Cristina Grande

PAPEL EN BLANCO

Son las cinco de la mañana. Oigo el riachuelo que pasa bajo mi ventana. Oigo también el motor de la vieja nevera Edesa que tiene más de cuarenta años. Y oigo mi propio corazón latiendo a gran velocidad. Me he levantado hacia las tres porque no podía dormir. La montaña irradia un silencio intergaláctico. Anoche cené con mi amiga Lola Aventin, que me había invitado al club de lectura de su fantástica biblioteca-palacio en Benasque. Lo pasé muy bien. Gente estupenda. Me sentía feliz a la hora de ir a la cama y luego, sin embargo -o quizás a causa de esa felicidad- vino el insomnio. La nieve, en lo alto del macizo de Cotiella, refleja la luz de la luna y creo que no hay paisaje nocturno tan sobrecogedor como este. La noche es muy larga en la montaña. Esta noche la nieve es como un papel en blanco que incita a escribir una confesión. Por eso no puedo dormir, claro, porque tengo que decir la verdad, porque no se puede escribir cualquier cosa en la nieve. Pero antes haré un buen café y lo tomaré con pastas. Luego encenderé la chimenea y releeré un poco a la Marquesa Colombi. El café puede que lleve meses, o años, en el apartamento. Pero aún estará potable, me digo pensando en lo bien que se conserva todo en esta atmósfera inerte, a 1540 metros de altitud. Incluso los recuerdos se conservan intactos -qué raro-, cristalizados como las risas de mis padres cuando eran felices y la Edesa no hacía ruido.

HERALDO DE ARAGÓN (8-12-2015) 

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