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Cristina Grande

GRANADAS

En un huertico urbano que en realidad era un solar edificable que nunca se edificó, mi abuela se empeñaba en cultivar espárragos incomestibles. Un año plantó un chito de granado. Se lo trajo de algún sitio una vecina que quiso repartir varios esquejes entre sus amigas. Sólo el granado de mi abuela agarró. Tendrá treinta o cuarenta años. Mi abuela murió y también murió mi tía Dorita. El huerto ya no lo cultiva nadie, ni siquiera lo ve nadie. Entre esas cuatro paredes de piedra, completamente ajeno al devenir del mundo, el granado sigue creciendo en un rincón. Mi tía Amanda, la pequeña de las tres hermanas, aún se preocupa por las cosas de la familia. Llega a Lanaja y se acerca al huerto que ahora pertenece a sus sobrinos. Descubre con alegría que el árbol está cargado de frutos. Llena dos bolsones y reparte las granadas entre familiares y vecinos. Ese hermoso gesto se me figura como una especie de eucaristía laica. Las granadas representan el espíritu de los que se fueron dejándonos desolados y entristecidos. Me como una pequeñita grano a grano. Las granadas tienen propiedades medicinales. Son antioxidantes, diuréticas, ricas en vitaminas y minerales, y buenas contra el colesterol. Para mí tienen, además, propiedades balsámicas contra el desconsuelo. Dejo tres en un frutero como decoración. Se van secando lentamente sin llegar a pudrirse, sin perder su apariencia. También por dentro se van secando las penas.

HERALDO DE ARAGÓN (13-10-2015)

 

 

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