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Cristina Grande

EL MOLINILLO

 

El mercadillo de San Bruno estaba muy animado. Libros, alguna antigüedad, bisutería y alimentos, furufalla diversa, todo se ordenaba con naturalidad en la plaza, sobre las ruinas romanas del subsuelo. No se veían turistas. Sabía que encontraríamos a algún amigo que también tiene la costumbre de dar ese garbeo y comprar un par de libros. Algunos vendedores tenían cara de frío. Se quejaban del frío inusual y de vender poco. A mi lado, Antoine y Cuchi hablaban de la “gravitas romana”, esa virtud que une sentido de la responsabilidad, rigor, y capacidad resolutoria. Me puse a curiosear en un puesto cualquiera. Una mujer de cierta edad, con un molinillo de pimienta en la mano, dio un respingo cuando le pidieron cien euros porque la pieza era de porcelana buena. El molinillo pasó entonces a manos del vendedor, que hizo girar su pequeña manivela dorada para demostrar que además funcionaba. Me quedé mirando, como hipnotizada, ese giro maravilloso que reflejaba la luz del sol. Y el tiempo casi se detuvo. Vi que todo giraba muy despacio, cada vez más despacio. Quizás un milagro estaba a punto de suceder. Quizás el tiempo llegó a detenerse realmente durante un instante. En ese arrebato místico me sentía muy feliz hasta que pensé que podría tratarse de algo parecido al ojo de un huracán. Saldría todo por los aires en cualquier momento y se desbordaría el Ebro. Gravitas romana, porcelana buena.

 HERALDO DE ARAGÓN (12-9-2017)

 

 

 

1 comentario

Elías -

Sin palabras, Cristina. Una preciosidad. Besos con envidia.