MAPAS
Estaba en la costa cuando anunciaron la ola de calor. No acababa de creerlo. Mi habitual pesimismo es reversible en ciertos casos. Pero tanto insistían los meteorólogos con sus mapas morados que la ola de calor no quiso pasar de largo. Pensaba en mi pobre madre, que quizás no bebiera suficientes líquidos. Y pensaba en mis pobre macetas. El día del regreso, el calor seguía aquí. Mi madre estaba bien, aunque un poco ojerosa. Los geranios se habían achicharrado. Por la tarde tuve que salir al supermercado. Mi aspecto dejaba mucho que desear pero no tenía ánimo para arreglarme. Estaba fatigada. En mi vida había llevado tan malos pelos. Seguro que me encuentro con alguien, pensé, pero quién va a salir a las cinco de la tarde con este calor. Como era de esperar, me topé de frente con una de esas conocidas que te miran de arriba abajo. Habría querido salir corriendo, pero tuve que hacer el paripé, y casi evitaba mirarla a los ojos –como si así pudiera hacerme menos visible- y respondí de forma evasiva a todo lo que me preguntó. Después, una vez en la calle, me sentí mareada. Tal vez fuese por el calor, o por el mal rato que había pasado frente a la conocida que, por cierto, lucía estupenda, bronceada, tatuada y “peluquereada”. Hay mujeres verano, y yo no soy una de ellas. No me gusta bajar a la playa ni tomar el sol. Me habría gustado ser como mi amiga Paloma, que sabe navegar y arriar las velas, escribe novelas y pesca lubinas en el Mar Menor. No bajaría la mirada ante nadie si yo supiera leer las cartas de navegación.
HERALDO DE ARAGÓN (2-6-2019)
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