CICLOGÉNESIS
El Moncayo llevaba una enorme bufanda algodonosa y a un lado de la carretera se había detenido un grupo de capitanas, de esas que salen a recorrer mundo todos los años por estas fechas. La estampa no podía ser más invernal. Habían anunciado una ciclogénesis explosiva, que sonaba casi apocalíptico, pero vi algunos frutales ya florecidos y también romeros y rabanizas en flor entre los viñedos secos. Recordé una escena de una película bélica: en medio de un paisaje helado un almendro florece por efecto del calor desprendido en una explosión que ha matado a alguien. No es fácil tener pensamientos positivos cuando el mundo parece desmoronarse alrededor. Me enfrasqué en la lectura de “Todas las miradas del mundo”, la magnífica novela policiaca que acaba de publicar Miguel Mena. Volver a la España de 1982, tan bien contada por el narrador, me produjo una punzada de nostalgia cerca del corazón. Era noche cerrada cuando la ciclogénesis, o un viento huracanado repentino, quiso arrancar de cuajo el tejado con todas sus tejas, chimeneas y antenas, y succionarnos junto con los enseres y libros de la casa para girar en el aire en contra del sentido de las agujas del reloj. Si pudiera regresar a 1982, cuando hacía segundo de carrera, mi padre, mis abuelos y mi hermana aún vivían, España sufría convulsiones que no nos impedían confiar en el poder benéfico de la Constitución, y yo no hacía más que buscar el amor eterno; si pudiera regresar, digo, creo que no lo haría sin un buen compañero de viaje.
HERALDO DE ARAGÓN (22-1-2013)
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