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Cristina Grande

IMPREVISTOS

Mientras en los pueblos del Aranda hacen hogueras con romero en honor a San Babil, me he dedicado un rato a limpiar garbanzos cultivados en una huerta de Arándiga. Es una labor que no había hecho antes. Salen piedrecillas, tallos resecos, garbanzos raquíticos o verdes, pero ningún garbanzo negro. Me gustan las labores manuales basadas en la repetición y en las que, sin embargo, existe la posibilidad de que surja una sorpresa. Al fin y al cabo, los días y las estaciones se suceden de forma repetitiva pero nunca idéntica, como el bolero de Ravel. El tiempo Dios lo da, solía decir alguna de mis tías abuelas, cuando nos poníamos a limpiar almendras en un peldaño de la escalera que subía al granero y el reloj de péndulo daba dos veces cada hora y las tardes se hacían interminables. Yo nunca me aburro, o cada vez me aburro menos, quizás porque he aprendido a ser paciente dentro del desasosiego. Incluso en lo más hondo de la rutina y la monotonía puede aparecer un imprevisto, una emoción desconocida. Como decía Pepe Cerdá que decía no sé quién de su pueblo “donde menos te los esperas surge la belleza”. Admiro a las personas que ya de jóvenes trazaron su camino, sabían cuándo y con quién se casarían, dónde vivirían y cuántos hijos tendrían, y para mi asombro y envidia conseguían lo que se habían propuesto y además sabían encajar con elegancia cualquier imprevisto. Me quedo mirando el fuego y podría pasarme horas así, viendo las llamas y escuchando el ulular del viento.  

HERALDO DE ARAGÓN (29-1-2013)

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